martes, 12 de junio de 2012

Perros

Tan numerosos como cactus hay en Salta. Como billetes falsos en Máncora. Como cocos en Tayrona. Los encuentras en los parques de Sucre, en las cunetas de Mendoza, tumbados al sol de Villa Gesell, durmiendo bajo un coche en Valdivia o acurrucados en los baños de un tugurio, en la terminal de bus de Guayaquil. Tranquilos y silenciosos. Discretos y distantes. Con ojos tristes, la mayoría. Los más jóvenes, los últimos en ser abandonados, mantienen todavía una actitud divertida y juguetona. Inofensivos, mansos, como cansados de deambular sin rumbo fijo, cansados de la vida que llevan. Pero libres. Dueños de sí mismos, al fin y al cabo. Miradas agotadas, dulces y en algunos casos, traviesas. Nadie les explicó por qué dejaron de ser importantes y se convirtieron en una carga. La calle era la mejor opción cuando dejaron de divertir a los pequeños de la casa. Es su hogar y cualquier momento o lugar es bueno para el descanso. Los encuentras por todo el territorio sudamericano. En las montañas bolivianas, en las playas de Ecuador, en las carreteras argentinas, en los pueblos de Chile. En Pucón podías regresar de un paseo, de contemplar la puesta de sol en el lago o de mirar impresionado al volcán Villarrica, y hasta diez de ellos te seguían pacientes, serenos, sin un solo ladrido. Acompañarte era su cometido, sin esperar nada a cambio. Eras su fiel amigo y todos ellos tus amigos dejados atrás. Nadie les mira. La gente los sortea como si fueran una farola en mitad de la acera. Hay un pacto implícito de no agresión. No te doy de comer, no me pides comida. Tu ciudad es mi ciudad. Tu valle es mi valle. Yo no muerdo, tú no me apaleas. Respeto tu espacio, Sudamérica es de ambos. Con un camino polvoriento me conformo. Sí, también adoro a los perros. Desde aquí trato de mostrar lugares hermosos, contar situaciones con un sentido del humor algo irónico, trasladar mis sensaciones acerca de lo que voy conociendo. En este caso quiero pedir, a quien quiera escucharme, que estos animales se merecen lo mejor de nosotros. En estas tierras es una guerra perdida. Abandonarlos es traicionarlos. Y al hacerlo perdemos un poco de la humanidad de la que tanto nos gusta presumir y que tan escasa es hoy día. Algunos tuvieron un nombre y lo olvidaron por el camino. Otros no lo tienen y nunca lo necesitarán. Pero todos se merecen ser inmortalizados de alguna manera. Valga de ejemplo.

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