martes, 9 de octubre de 2012

Recomendación de cine.

Un buen ejemplo de lo que ocurre en Bolivia y poco se conoce. Quizá un poco exagerada, pero bastante fiel a la realidad. En la línea estética y sensible de Iciar Bollain. Una buena película que no debe quitar a nadie las ganas de conocer este maravilloso país.

viernes, 5 de octubre de 2012

Decálogo del mochilero estándar (Parte II)

6º- David Guetta, Rihanna, Danza Kuduro y, sobretodo, Manu Chao con sus trabajadas letras... esa el auténtico sonido que brota del sentimiento de estas tierras. Ante cualquier intento de buscar un sonido alternativo, pide el libro de reclamaciones al Dj más cercano. Seguro que es australiano y no te entiende. Ah! Que me olvido de los Wachiturros!
7º- Flip flops, ojotas, hawaianas. Llámalas como quieras. Hay países en Sudamérica que no te permiten cruzar sus fronteras si no cuentas con ellas. Escala una montaña, sal de juerga y duerme con ellas puestas! Van perfectas con tu ropa de llama. Una moda que arrasa tanto en el invierno chileno como en las playas ecuatorianas! Tus pies te lo agradecerán por siempre jamás.
8º- Insistimos con la vestimenta. Algo esencial en cualquier intento de integrarse en una sociedad. Cubre tus extremidades y cuello con todas las pulseras, collares gargantillas y todo tipo de artesanías que puedas encontrar. Miles de hippies viven de ello y tu lucirás estupendo/a! Alrededor de tu tobillo denotarán autenticidad y fuerte personalidad. Ah! Acuérdate de quitártelas en los aeropuertos. Recomendamos las famosas pulseras de Carlitos, en Montañita, y su particular forma de promocionarse.
9º- Los problemas sociales, huelgas, protestas y desigualdades no son cosa tuya. No dejes que los estudiantes chilenos, los mineros bolivianos, las caceroladas argentinas o las reclamaciones indígenas alteren tu paz interior y la búsqueda constante de ser mejor persona que promueve tu viaje. Pasa de los museos, exposiciones y otros espacios culturales que no aportan nada interesante. Viva la noche latinaaaaaaa!!! Vamos Chileeeee!!!
10º- La recomendación más importante de todas y que atesora la esencia de tu aventura viajera: En Sudamérica todo está permitido!!! Haz todo lo que en tu país de origen no te atreves a hacer!!! Sexo, drogas y alcohol. Tus padres jamás se enterarán porque no entran en tu facebook. Que se preocupen de cargar tu tarjeta de crédito pensando en tu enriquecimiento espiritual. Pierde el norte!!! Latinoamérica es muy LOCO!!!!
Un fuerte abrazo para Héctor y Patrick.

lunes, 9 de julio de 2012

Decálogo del mochilero estándar (Parte I)

Diez hábitos imprescindibles para no pasar desapercibido en Sudamérica:
1º- Hablar inglés. El español es secundario.
2º- Toda tu ropa ha de ser genuina, única. Una llama bordada en cualquiera de tus prendas reforzará tu personalidad. Gorros, guantes, chaquetas o calentadores, da lo mismo si la temperatura es más alta que en el Sáhara. Te sentirás como un auténtico indígena.
3º- No te salgas del camino trazado. La auténtica Sudamérica se encuentra en los hostels como el Loki o Wild rovers. También en las discotecas de las capitales. Ningún residente que se precie osará adentrarse en territorio exclusivo. ¿Para qué conocer zonas menos turísticas? Bendito gringo trail.
4º- Siempre que visites unas ruinas históricas no dudes en pisotearlas o escalar sus muros. Fueron construidas por los incas y demás civilizaciones para tu disfrute particular. Como si se tratara de un parque de atracciones. Grandes instantáneas que tus amigos observarán maravillados y con envidia. ¡Pisa el Machu Picchu, que para eso has pagado!
5º- No es necesario conocer la historia, costumbres o situación social del país que visitas. Siempre será más interesante escuchar las hazañas de un bielorruso, que ha recorrido 89 países en bola-loca, que sentarse a conversar con un lugareño, un minero o un estudiante local. Sus inquietudes no interesan a nadie. Me aburro!
Continuará...

miércoles, 20 de junio de 2012

Barranco, Lima (Perú).

Lima es inmensa. Más de ocho millones de almas despiertan a diario en sus hogares. Por su área metropolitana circulan miles de vehículos, contaminando una ciudad bastante limpia, por cierto. Sedes bancarias, hoteles y empresas ocupan buena parte del paisaje de la capital. Entre tanto ajetreo se encuentra el barrio de Barranco. Más parecido a un pueblo dentro de la gran urbe, se asoma al Pacífico desde los miradores que ofrecen sus múltiples acantilados. Artistas y vida nocturna, un buen lugar para perderse una temporada. La Iglesia-ermita de Barranco, con su cúpula medio derruida y los gallináceos posados sobre la cruz. El paseo entre restaurantes hasta el mar, con sus jaladores gritando lo buenos que están unos anticuchos a la parrilla (corazones de vete a saber que animalillo) o chicharrón de pescado. Las casitas pintadas por artistas anónimos que llenan de color la calle Cajamarca. Los hombres orinando en mitad de la acera, deporte nacional en el Perú, por lo que se ve. Casonas coloniales que esconden en sus interior auténticos museos o galerías de arte, tiendas de artesanía o cafés bohemios. Todo ello contrasta con el ruido exterior, con los taxistas dándole al claxón para advertir al pobre caminante de que están desocupados, de que te van a atropellar en un paso de cebra o de que no saben que hacer con sus manos (yo se las cortaba, sin duda). Destacar la escasa ocupación de cadenas multinacionales en la zona. Un solitario Starbucks apenas llama la atención entre tanta oferta local. El barrio en sí es un acontecimiento. Los colores te sorprenden en cada esquina con murales diversos. Pequeños mercados de frutas, donde puedes tomarte una chicha morada, si tienes valor, o volverte loco para elegir entre la enorme variedad de panes y pastelillos. Eso sí, con paciencia, porque al limeño le importa un carajo que lleves tres horas esperando. No respetan los turnos, vamos, que ni te miran cuando entran. Maleducados hasta el extremo, no me cuesta nada decirlo. Aunque tampoco se puede generalizar. Y no les preguntes como ir a algún lado...jamás llegarás al sitio deseado. Barranco tiene otro ritmo. Camina despacito, despreocupado, esperando la caída del sol en la costa. Barranco tiene música, tiene vida. Sus gentes definen el barrio, se mueve al compás de sus pasos. Ante tanta calma siempre puedes aceptar la oferta del tipo vociferante de la puerta de un garito y beberte un pisco sour de cortesía. Alguien que conozco tuvo roces hace tiempo con algunos peruanos. Le entiendo porque son algo difíciles, nada accesibles. Pero con uno de estos en la mano, seguro que no habría tenido tantos problemas. Por si alguien se anima a probarlo: http://www.mis-recetas.org/recetas/show/911-pisco-sour-peruano Han sido tres bonitas semanas en Lima, donde he pasado buenos momentos que quedarán en mi mente para siempre. Barranco será siempre especial, por sí mismo y por lo allí vivido. Aunque no creo que eche de menos la neblina constante ni la humedad del ambiente. Ni al chino con cara de zombie de la tienda de la esquina. Pero sí los pasteles de dulce de leche, los atardeceres y un buen pisco.Perú, donde todo es posible.

martes, 12 de junio de 2012

Perros

Tan numerosos como cactus hay en Salta. Como billetes falsos en Máncora. Como cocos en Tayrona. Los encuentras en los parques de Sucre, en las cunetas de Mendoza, tumbados al sol de Villa Gesell, durmiendo bajo un coche en Valdivia o acurrucados en los baños de un tugurio, en la terminal de bus de Guayaquil. Tranquilos y silenciosos. Discretos y distantes. Con ojos tristes, la mayoría. Los más jóvenes, los últimos en ser abandonados, mantienen todavía una actitud divertida y juguetona. Inofensivos, mansos, como cansados de deambular sin rumbo fijo, cansados de la vida que llevan. Pero libres. Dueños de sí mismos, al fin y al cabo. Miradas agotadas, dulces y en algunos casos, traviesas. Nadie les explicó por qué dejaron de ser importantes y se convirtieron en una carga. La calle era la mejor opción cuando dejaron de divertir a los pequeños de la casa. Es su hogar y cualquier momento o lugar es bueno para el descanso. Los encuentras por todo el territorio sudamericano. En las montañas bolivianas, en las playas de Ecuador, en las carreteras argentinas, en los pueblos de Chile. En Pucón podías regresar de un paseo, de contemplar la puesta de sol en el lago o de mirar impresionado al volcán Villarrica, y hasta diez de ellos te seguían pacientes, serenos, sin un solo ladrido. Acompañarte era su cometido, sin esperar nada a cambio. Eras su fiel amigo y todos ellos tus amigos dejados atrás. Nadie les mira. La gente los sortea como si fueran una farola en mitad de la acera. Hay un pacto implícito de no agresión. No te doy de comer, no me pides comida. Tu ciudad es mi ciudad. Tu valle es mi valle. Yo no muerdo, tú no me apaleas. Respeto tu espacio, Sudamérica es de ambos. Con un camino polvoriento me conformo. Sí, también adoro a los perros. Desde aquí trato de mostrar lugares hermosos, contar situaciones con un sentido del humor algo irónico, trasladar mis sensaciones acerca de lo que voy conociendo. En este caso quiero pedir, a quien quiera escucharme, que estos animales se merecen lo mejor de nosotros. En estas tierras es una guerra perdida. Abandonarlos es traicionarlos. Y al hacerlo perdemos un poco de la humanidad de la que tanto nos gusta presumir y que tan escasa es hoy día. Algunos tuvieron un nombre y lo olvidaron por el camino. Otros no lo tienen y nunca lo necesitarán. Pero todos se merecen ser inmortalizados de alguna manera. Valga de ejemplo.

lunes, 4 de junio de 2012

Parque Kennedy, Lima (Perú)

No es el parque más bonito que haya visitado. No es el parque más tranquilo. Tampoco es el más grande, ni el más frondoso. No es Central Park, ni el Retiro, ni el 3 de Febrero. Ni siquiera es el parque más importante de Lima. Situado en pleno centro urbano, en el barrio de Miraflores, se encuentra rodeado de coches, taxis y colectivos. Restaurantes, tiendas, humo, ruido y marea humana. Sin embargo tiene algo especial. Algo que no había visto nunca. Sin ningún tipo de temor. Descarados, limpios y regordetes. Algunos cariñosos, otros recelosos. De todos los colores. Tranquilos, como si lo que tienen alrededor no fuera con ellos. Confiados, sabedores de que nadie les hará ningún mal. Gatos, mininos, pequeños felinos callejeros. Conviven con la multitud, lejos de los tejados y de los callejones oscuros. A plena luz del día, descarados y relindos. Pasan tanto tiempo al lado de los limeños que adoptan las mismas costumbres. Las parejas se ven amenazadas cuando intentan disfrutar de un aperitivo bajo los árboles, sentados en un banco. Un gatito se acercará y suplicará un pedacito de bocata. Así están de rellenos los muy rufianes! Y después, una buena siesta. Lógico. El parque Kennedy cuenta con señal wi-fi. Supongo que es algo normal en las ciudades modernas, pero yo nunca lo había visto. Soy de pueblo, o casi. Exposiciones, puestos de artesanía, vendedores ambulantes de helados. Un buen lugar para descansar después de caminar por las concurridas calles de la capital. Y si es con un animalito peludo cerca, mucho mejor. Un grupo de niños expone sus dibujos para pedir a la gente que deje de fumar. Algunas mentes infantiles superan a tipos como Tim Burton. Antes, después...mucho después. Alguien dijo que Dios había creado al gato para que el hombre pudiera darse el placer de acariciar a un tigre. No sé si fue así o desciende del mono. Por si no os habéis dado cuenta, me encantan. Y el haber encontrado un lugar así, en medio de la urbe, de la velocidad y del consumismo, me hace sentir mejor. Si no os gustan, os pido una oportunidad para ellos. Solo os sacarán los ojos si pueden.

jueves, 31 de mayo de 2012

Taganga y Parque Nacional Tayrona, Colombia.

El Caribe es uno de esos lugares idealizados que nos meten por los ojos las agencias de viajes y los publicistas sin escrúpulos. Sol amigo que broncea tu pálida piel en playas de ensueño, con aguas cálidas, mansas y cristalinas. Un mojito en la mano y dejar pasar el tiempo bajo los cocoteros. Lugareños amables y sin prisas que te relajan con su conversación. Lujosos resorts "all included" donde no mueves un solo músculo en dos semanas. Las vacaciones soñadas por medio mundo y parte del otro... si tienes el suficiente dinero para permitírtelo. Todo esto está muy bien, pero existe otro Caribe. El de los pueblitos de pescadores, con caminos de tierra, perros abandonados y playas descuidadas. Con sus borrachos, desubicados, prostitutas y trapicheros. Con sus hordas de jata-jatas y norteñas desnortadas. Con sus taxistas tramposos y gringos despistados. Donde la salsa y el ballenato convierten a David Guetta en un auténtico don nadie. Bienvenidos a Taganga, un paraíso falllido.
Bajo un sol abrasador que te quema los dientes cuando sonríes, sin pizca de brisa marina, aunque el mar esté tan cerca como los malditos mosquitos de tu piel, Taganga te invita a huir del Caribe según pisas sus calles. Nada mejor que hacer que tomar cervezas y esperar a que caiga la noche para acudir a alguna fiesta, donde los locales te harán sentir vergüenza de ti mismo si alguna vez pensaste que sabías bailar. Y a la vuelta, igual tienes la suerte de ser atracado por amables jovenzuelos que te invitarán, cuchillo en mano, a que les prestes algo de dinero para irse de juerga. Si no asaltan tu hostel y desvalijan a todo bicho viviente. Por suerte, estas aventuras las sufrieron otros.
Y qué demonios hago aquí? Pues resulta que en esta zona de Colombia se encuentra el Parque Nacional Tayrona y Taganga es una de las puertas de entrada. Montañas, selva, animales a patadas y playas salvajes. Tan salvajes que en la mayoría de ellas no se puede nadar.
Se accede en bote hasta la playa de San Juan o en un colectivo que te deja en la barrera de entrada. La segunda opción te permite caminar por senderos, observar la fauna, caminar por la arena, hasta llegar a la zona de alojamiento. El paisaje es hermoso, idílico. Te sientes un aventurero perdido en terrenos peligrosos, con el objetivo de llegar a la meta deseada. Una playa donde darte por fin un chapuzón y no morir en el intento.
La selva tras de ti. El mar enfurecido en frente. Los alaridos de un mono aullador en la lejanía. Pequeños zorros grisáceos que aprovechan la caída de la tarde para beber agua en el río. Tapires asustadizos que te miran con ojos de sorpresa y huyen entre los arbustos. Lagartijas de cola azul intenso. Magníficos árboles y pueblos indígenas abandonados siglos atrás. Una iguana posa con tranquilidad, disfrutando del calor que a nosotros nos mortifica. Naturaleza pura y, en muchos momentos, dura.
Tayrona engancha, asombra y seduce. Pero el calor es insoportable y los mosquitos te devoran vivo, te atraviesan la ropa. Duermes en hamacas estrechas y sudadas, con mosquiteras destrozadas. A través de la mía podría pasar un ornitorrinco detective. No hay agua potable y el único bar del recinto la vende a precio de oro. Mejor no hablar de los baños. Quién algo quiere, algo le cuesta. Y este lugar vale la pena.
Tras dos terribles noches y tres preciosos días en la bahía de San Juan, retrocedemos hasta la entrada del parque. Son varias horas de camino y todavía se puede disfrutar del paisaje, perder unos cuantos litros más de líquido corporal y comprobar como los mosquitos se ceban con tus tobillos. Por qué les gusta tanto esa zona del cuerpo? Les deseo a esos malditos bastardos que conozcan a una amiga. Les tratará como se merecen. Maravillosa.
Por cierto, quién ha perdido la cabeza y ha leído más de 50 veces mi descripción de Montañita? Acaso quiere visitar semejante lugar? Para gustos, los colores. Prefiero perderme por caminos que no sé donde pueden acabar.